domingo, 23 de abril de 2017

Kintsukuroi

"Tú arriesga, que ya estamos aquí para recomponer los trozos". Él sabe que cada riesgo que asumo es una herida en el alma. Mas o menos profunda pero herida al fin y al cabo. Con sonido de látigo chasqueante detrás. Da igual las puntas.

Sonido de látigo.
Cremallera rota.
Da igual.
Herida, al final.

Porque él sabe que soy incapaz de quedarme en la nata que deja la leche recalentada, a pesar de odiar la leche. Porque sabe que sólo sé querer de un modo imprudente. No sé de "postureo".

Y, a todo eso, una enorme montaña de desaliento se une. De ascazo. Porque cuando crees que la vida te va a reservar algo amable, viene algo que siempre te roba el escaso momento de gloria si es que alguna vez lo hubo. Igual es mejor, aceptar la insignificancia, la discreción del plano invisible, el estar sin hacer ruido. Ser como gato que pisa de puntillas por la vida para no levantar polvo.

El sabe que me guardo la ira y el rencor para mi, por ser tan ridícula y tan imbécil, a veces, o siempre. Sabe que es el momento de los complejos y del volver a mi coraza, esa que me queda pequeña.

En el fondo, quiere enseñarme a hacer "kintsukuroi" de cada herida, de cada dolor, y al final, pareceré un cuenco roto, de barniz quebrado, donde no poder distinguir donde empezó la herida y donde la cicatriz, porque no deja de rezumar trazas de oro y betún de Judea.

"...ya estamos aquí para recomponer los trozos."...Ya, pero es que, de esta vez, hemos perdido otro trozo y ya van dos...


1 comentario:

a dijo...

¡Cambia! te grita la vida. De esa manera, él, dejará de saber que eres incapaz de quedarte en la nata, se desorientará cuando no vea que te guardas la ira y el rencor, y ya no querrá saber de cuencos rotos porque mantendrás tu barniz impoluto.
Mañana no, Carlota, comienza hoy.
Un abrazo muy fuerte, gran escritora.