domingo, 2 de abril de 2017

Atar cabos

...Y, entonces, ató cabos, y éstos se anudaron fuerte en su estómago y en su corazón, estrujando, apretando despiadados, llenando todo de sangre alrededor, como en las películas. Se dio cuenta de que amaba por encima de sus posibilidades. Tocaba, una vez más, correr contra corriente o dejar que el torrente de sangre que no dejaba de fluir a borbotones, la arrastrara definitivamente al fondo del abismo, dejándola tirada a orillas de la desidia....

Y entonces, llego Rulfo con su desierto, ardiente y sórdido, hecho palabras. Con esa asfixia que Sándor palio con un frío húngaro, pero que igualmente conducía a un suicidio seguro. 

Mientras él seguía en la corriente perpetua del "poder y no querer", jugando en la peligrosa ambigüedad de sus manos que, con su suavidad psicópata, leían las oscuras lineas de un futuro angosto en el cual él se hundía...muriendo, como un idiota, mientras las sangres se mezclaban en su torrente desquiciado...enfermando juntas de amor y soledad...de ausencia dolorosa que se deja marchitar absurdamente porque no se escucha en lo profundo, allí donde el eco de la Verdad anuncia donde se debe estar, pero no hay nadie.

...y donde ella se pregunta con dolor. "¿Cuándo piensas decirme que no me vas a amar?, Libérame cuanto antes...no soporto esta mentira piadosa..."

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