domingo, 24 de septiembre de 2017

Vlad


-El próximo fin de semana, es la comunión de mi hija. Ya sabéis que hay gente a la que no acepto cerca de mi. Aleksei, tú te encargarás de esperar a la salida del mercado para ayudarla con la compra. Quiero que se inquiete hasta el punto de no querer salir de su casa en lo que le resta de vida. Será un trabajo fácil.

Todos sabían de lo que hablaba.
Admiraba a sus chicos, grandes, corpulentos, bellos a su modo. Con los ojos azules, verdes, grises, llenos de rabia en sus caritas tristes y ese acento inquietante que solo imprimía el haber nacido cerca de los Urales. Sus chicos, como ella les llamaba, habían encontrado una jefa a la que obedecer ciegamente y que siempre se encargaba de que cada trabajo no entrañara los riesgos de la cárcel. Nadie debía morir, solo temblar de miedo, pánico, quizá. A nadie se le podía tocar un pelo. Ella les cuidaba, les pagaba bien y entre todos , como equipo, hacían del mundo un lugar mejor.

- Señora, niña quiere a esta persona. Injusto que le prive de su presencia en día tan señalado importante para ella....

La voz de Vladimir como un cuchillo, glacial y rotunda, rompió el silencio reinante. Boris emitió un silbido. La tensión comenzó a mascarse en el ambiente.

Los ojos grises de Vlad, como dos esquirlas de hielo se clavaron en la mirada de la baronesa que, con la ceja perdida, en el nacimiento del pelo, no sabia si contestarle o empotrarle contra la pared para cerciorarse de la solidez de los muros.

Vladimir, hercúleo, con piernas como columnas, brazos musculados fruto de horas de trabajo transportando cadáveres a fosas comunes en la guerra de Bosnia. Joven francotirador profesional que consiguió ser medico gracias a una pronta huida a Noruega en los albores de una posguerra que había dejado infancias huérfanas, adolescencias truncadas, vidas destruidas. Probablemente su hombre con el pasado mas peligroso y la lengua mas suelta que la miraba con una extraña mezcla de lujuria contenida y ternura no resuelta. Le debía a Vlad el haberla rescatado de las manos de un baboso en un pub cualquiera del centro del Madrid, un día de tantos en el que beber se había convertido para ella en una costumbre fruto del aquel extraño dolor, sordo y constante que le produjo el abandono de un amante tan esquivo como adictivo.  Lo típico.
(...)
Vlad guardaba la puerta de su casa. Siempre la vigilaba de lejos, aunque no hubiera sido requerido para ello. Conocía sus amantes, sabia que alguno de sus compañeros había pasado la noche con ella, a otros no los conocía pero cuando eran importantes, escuchaba su llanto doliente y, en mas de una ocasión, había tomado la justicia por su mano, aun podía recordar los ruegos de Nikita, suplicando clemencia. Nikita el hombre que se había jactado de haber estado con ella y que un buen día desapareció sin dejar mas rastro que un falso pasaporte. Era la sombra segura pero ella desconocía todo esto. Mientras todos temían a Vlad.

El jamás había sido requerido para cruzar el umbral de su puerta y acompañarla a materializar todos y cada uno de los sueños, ensoñaciones y fantasías eróticas que Vlad era capaz de elaborar en torno a ella. En alguna ocasión, en el silencio de su cuarto alquilado, se había preguntado porque él, no, y el estúpido de Boris, sí. Le bastaba mirarla a los ojos para saber que, quizá, era cuestión de paciencia. 

-Tú lo harás
Sentenció la Baronesa

- No. No justo para pequeña....."

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