miércoles, 19 de septiembre de 2018

Nadar

Cuando sumerjo la cabeza bajo el agua y deslizo mi cuerpo en esa danza acompasada que me desplaza ligera, el tiempo se detiene. Un murmullo si acaso interno se enciende y el alma es libre. La menta se conecta con su memoria antigua y da igual que sea mar o piscina. Es agua.

Siempre he adorado y envidiado la calma submarina de los peces, observarlos hipnotizada por sus movimientos y miradas inquietas y, a la vez, perezosos solazándose en ese inusitado placer, en esa caricia continua y sincera del agua sobre las escamas, descarada y, siempre, silenciosa.

Bajo el agua no siento la necesidad de hacer de la felicidad un lugar permanente. No siento la necesidad de quedarme conforme con las migajas. Es libertad y soledad en ese estado tan puro.

Mindfullness. Movimiento de brazos, piernas, silencio...no hay más.

Sobre el agua, dejo mi cuerpo desplazarse libre, sin mas movimiento que el que me procura. Todo es silencio. Tiempo detenido. Simulacro de pez.

Me faltan tantas cosas por nadar. Tantas melancolías por ahogar. Aunque sea un intento de sirena malherida por las tempestades de la superficie que ha tenido la osadía de refugiarse en tu abrazo siempre equivocado.