-El
próximo fin de semana, es la comunión de mi hija. Ya sabéis que
hay gente a la que no acepto cerca de mi. Aleksei, tú te encargarás
de esperar a la salida del mercado para ayudarla con la compra.
Quiero que se inquiete hasta el punto de no querer salir de su casa
en lo que le resta de vida. Será un trabajo fácil.
Todos
sabían de lo que hablaba.
Admiraba
a sus chicos, grandes, corpulentos, bellos a su modo. Con los ojos
azules, verdes, grises, llenos de rabia en sus caritas tristes y ese
acento inquietante que solo imprimía el haber nacido cerca de los
Urales. Sus chicos, como ella les llamaba, habían encontrado una
jefa a la que obedecer ciegamente y que siempre se encargaba de que
cada trabajo no entrañara los riesgos de la cárcel. Nadie debía
morir, solo temblar de miedo, pánico, quizá. A nadie se le podía
tocar un pelo. Ella les cuidaba, les pagaba bien y entre todos , como
equipo, hacían del mundo un lugar mejor.
-
Señora, niña quiere a esta persona. Injusto que le prive de su
presencia en día tan señalado importante para ella....
La
voz de Vladimir como un cuchillo, glacial y rotunda, rompió el
silencio reinante. Boris emitió un silbido. La tensión comenzó a
mascarse en el ambiente.
Los
ojos grises de Vlad, como dos esquirlas de hielo se clavaron en la
mirada de la baronesa que, con la ceja perdida, en el nacimiento del
pelo, no sabia si contestarle o empotrarle contra la pared para
cerciorarse de la solidez de los muros.
Vladimir,
hercúleo, con piernas como columnas, brazos musculados fruto de
horas de trabajo transportando cadáveres a fosas comunes en la
guerra de Bosnia. Joven francotirador profesional que consiguió ser
medico gracias a una pronta huida a Noruega en los albores de una
posguerra que había dejado infancias huérfanas, adolescencias
truncadas, vidas destruidas. Probablemente su hombre con el pasado
mas peligroso y la lengua mas suelta que la miraba con una extraña
mezcla de lujuria contenida y ternura no resuelta. Le debía a Vlad
el haberla rescatado de las manos de un baboso en un pub cualquiera
del centro del Madrid, un día de tantos en el que beber se había
convertido para ella en una costumbre fruto del aquel extraño dolor,
sordo y constante que le produjo el abandono de un amante tan esquivo
como adictivo. Lo típico.
(...)
Vlad
guardaba la puerta de su casa. Siempre la vigilaba de lejos, aunque
no hubiera sido requerido para ello. Conocía sus amantes, sabia que
alguno de sus compañeros había pasado la noche con ella, a otros no
los conocía pero cuando eran importantes, escuchaba su llanto
doliente y, en mas de una ocasión, había tomado la justicia por su
mano, aun podía recordar los ruegos de Nikita, suplicando clemencia.
Nikita el hombre que se había jactado de haber estado con ella y que
un buen día desapareció sin dejar mas rastro que un falso
pasaporte. Era la sombra segura pero ella desconocía todo esto.
Mientras todos temían a Vlad.
El jamás
había sido requerido para cruzar el umbral de su puerta y
acompañarla a materializar todos y cada uno de los sueños,
ensoñaciones y fantasías eróticas que Vlad era capaz de
elaborar en torno a ella. En alguna ocasión, en el
silencio de su cuarto alquilado, se había preguntado porque él,
no, y el estúpido de Boris, sí. Le bastaba mirarla a los ojos
para saber que, quizá, era cuestión de paciencia.
-Tú
lo harás
Sentenció
la Baronesa
-
No. No justo para pequeña....."
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