La Iglesia estaba abarrotada. Tan solo dos bancos,
destinados a la familia, permanecían vacios. El sacerdote subio al altar y comenzó: “En el nombre del Padre, del
Hijo….”. Se armó revuelo entre el publico asistente. Alguien elevó su voz
frente al resto: “¿No deberíamos esperar a la familia?”. El cura miró resignado a la
multitud congregada. “La familia ruega disculpéis su ausencia. Aun se están recuperando
de la resaca del velorio”.
Miss Vorágine Existencial
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