martes, 28 de mayo de 2019

Jirones

Mi trabajo es de esos en los que cada día acoges almas descosidas, hechas jirones que no hay por donde pillar. A veces, al final de la jornada, me gustaría coger un coche, poner música a toda pastilla y hacer kilómetros para quemar adrenalina o tomarme un vino o una cerveza tranquila, en un sitio superficial y bonito, muy bonito porque algunos restos se me quedan pegados como esas telas de araña que una no ve y te las llevas en la ropa o en la cara.

No hay distancia emocional cuando lo que tienes delante es un páramo inundado que, por donde lo toques, se desborda en un llanto desconsolado con lágrimas de litro. A la mas mínima palabra. Con el mas mínimo contacto visual. Al mas mínimo abrazo.

Porque ser adolescente y abortar es una experiencia muy dura. Y sentir que es una piedra mas en el camino, me dice que hay demasiada costumbre a tener que ir retirando piedras y que ya todas son iguales, que es lo esperable y no, no es así. No son todas iguales.

Resignificar heridas tan hondas siendo adolescente es doloroso, es difícil encontrar a alguien a tu alrededor que entienda que has sido violada, que no sabias que estabas embarazada que has tenido que decidir entre la ternura del bebe y la realidad que te rodea. Una realidad de alcantarilla atascada de la que intentas hacerte inmune sin conseguirlo porque tu dolor es tan grande que te envejece el alma.

Mi trabajo es de esos en los que cada día acojo almas descosidas y no siempre tengo el hilo del color exacto ni la aguja adecuada. Y siento que no siempre hay que usar los mismos colores ni negarnos las realidades que vivimos. Sí, podemos redecorar heridas y cicatrices.

Las cicatrices...esas que pican cuando cambia el tiempo. Esas que duelen y que a veces se abren de nuevo y supuran. O ese miembro fantasma, de aquel pedazo del alma que nos ampuntaron en algún momento. Coser en colores distintos el alma descosida, hecha jirones, habiendo perdido algún cachito por el camino de la vida, es algo que no debería suceder con tan pocos años....y, sin embargo, es...

En esta tarea de modista me pincho en ocasiones con las agujas, me llevo mis pequeñas y diminutas heriditas, trozos de hilo y alguna que otra lagrima mal rematada y, a pesar de todo, de acompañar ese tiempo y ese espacio tan intimo e intenso, luego es bonito estirar ese alma cosida de a dos y ver integrados los dolores en un arcoiris imperfecto.

Y me tomo un vino, tranquila, en un sitio bonito, muy bonito...como un poema...un día te invito, ¿te vienes?...

2 comentarios:

Judith Gándaras dijo...

Estremecedor, simplemente maravilloso

a dijo...

Brava tú como persona y como escritora. Gracias por este relato, Carlota.